He estado mucho tiempo guardando cierta pena por razones de secuela de los años negros, algunos le llaman años sucios, sucios y negros, les digo yo.
Soy de los que no creen en que no hay mal que dure cien años. Hay dolores que no se apagan ni con mil años, hay ausencias que duelen de generación en generación.
El dolor es algo que llega con los genes. De mi abuelo heredé cierta nostalgia de sus ausencias, y él de las de su propio abuelo. Y así, hay dolores que se traspasan, a veces sin conocer el origen.
El mío no podré traspasarlo a nadie, pero ese es un dolor del que prefiero no comentar, porque está implícito ya.
Ahora, además, me duele mi país. Estamos en una crisis que pone a prueba nuestra solidaridad, he escuchado estos últimos días a algunos conocidos que intentarán pertrecharte, mudarse, mientras la crisis dura.
Será que algunos tienen más que perder que otros.
Pero esto me llama a la siguiente reflexión: ¿queremos estar solos mientra en nuestro país la gente sufre y se enferma?
Imaginemos por un momento que se vayan todos los que pueden, ¿ a dónde? ¿Y qué pasará cuando vuelvan?
Imaginemos que no encuentran nada. Absolutamente nada, al volver.
Quién quiere quedarse en un país así.
Algún chistoso, ante este planteo me ha dicho: Quién cocinará si eso pasa.
Yo no lo encuentro chistoso, encuentro patético que alguien encuentre humor en los hechos que están sucediendo. No sé el resto, pero yo me quedo, y espero poder ayudar en algo, aunque más no sea con la presencia, porque los seres humanos somos eso: presencias, todo lo demás parece incontrolable; hay que tener una gran ausencia para poder comprender esta simple razón para estar.
Estar para los demás, parece la respuesta más sensata.
Es una opinión.
Me duele mi país, y me duele el planeta, esto que pasa en algunas escalas menores, parece estar pasándole al planeta, y no hay dónde ir.
Si seguimos así, sin prestarle atención a las señales con que la naturaleza nos informa que estamos haciendo las cosas mal, no habrá dónde ir.
Los gobiernos se miran el ombligo, y el ombligo del vecino, se pelean por quién tiene más pelusa, mientras, los damnificados, no somos usted, o yo, es la humanidad.
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